sábado, 16 de mayo de 2020

El mal viaje de Bird.

Charlie Parker
Estaba en el Club Reno, en Kansas City, escuchando extasiado la interpretación de la banda de Basie y con el deseo de integrase a ella. Charlie Parker, con sus 16 años, no tenía la habilidad para hacer los cambios de tonalidad de mayor a menor que se le pedían, o para pasar de un acorde a otro, y menos para improvisar. El baterista de la banda, Jo Jones, le aventó un platillo a los pies con la intención de correrlo, y Parker se sintió tan enojado y humillado que tomó la decisión de que eso nunca le volvería a ocurrir.

Se buscó un trabajo con una banda que acompañaba sesiones de baile -la banda de Ozarks-, y cada vez que tenía un momento libre practicaba y volvía a practicar, y escuchaba una y otra vez los discos de sus ídolos. Al igual que otros jazzistas, Bird aprendió por su cuenta a dominar el saxofón. Repetía una y otra vez cada melodía hasta que la hacía suya; la tocaba de varias maneras, la digería y la rehacía. Su pasión por la música lo llevaba a la práctica continua, lo que lo condujo a desentrañar los secretos más profundos del saxofón, al que hacía hablar en un lenguaje que le era comprensible a él y al público que lo escuchaba.

Sus sonidos eran únicos, jugaba con las notas y con los acordes e incursionó en el empleo de diversos materiales para modificar el sonido de su instrumento. Utilizó varios saxofones y uno de ellos fue hecho especialmente para él. Ese ya no lo vendió ni lo perdió ni lo cambió... ya no corrió la suerte de aquellos que se convirtieron en heroína, su vieja acompañante, que no lo dejó solo desde su adolescencia hasta los últimos años de su corta vida. Su adición inició a los 15 años, comenzó con nuez moscada, que después cambió por bencedrina, la que le permitía tocar varias noches seguidas sin dormir, y luego llegó la heroína, que lo llevó por el sendero del sueño eterno.

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